“No me gusta mi cuerpo”
Por Maria Jiménez
“Es un nombre falso, obviamente. Me escondo detrás del anonimato como me escondo de la gente, del mundo, de la vida real. Salgo lo mínimo indispensable de casa y me relaciono sólo con cuatro o cinco personas, mi familia y unos pocos amigos (muy pocos) que me conocen desde hace tiempo y que comprenden lo que he vivido. O no. No lo sé. A veces pienso que nadie me comprende. Especialmente en el trabajo (sí, para ir al trabajo sí que salgo de casa, debo hacerlo). Allí, en el trabajo, soy un bicho raro.
Un bicho feo, gordo y deforme. Así me siento. Así soy. No siempre fui así. No diré que tenía un cuerpo espectacular, pero hace unos años me gustaba. ¿Qué pasó? Bueno, lo dejaré en que perdí el control de… de todo, vaya. Y empecé a comer, a hincharme, a deprimirme, a sentirme cada vez más pequeña e insignificante, a medida que crecía en volumen.
He intentado ponerme a dieta. Las he probado todas, sin resultados. También he probado a gustarme, a aceptarme. Me he ido de compras y he renovado mi armario, ropa sexy para sentirme guapa… ¿Guapa? Uff, todo lo contrario: me pruebo en casa mis nuevas prendas y me veo ridícula, un fantoche, un esperpento.
Sé que ya no es un problema físico, sino de cabeza. Pero ¿cómo me voy a atrever a ir al psicólogo?
He hecho la búsqueda en Google muchas veces: psicólogo en Barcelona. Venga, señor Google, dame la solución a mis problemas. Devuélveme la vida. Una vida, al menos, una vida mejor. En la que no me sienta tan repugnante, en la que al menos me conforme. He descartado los resultados patrocinados, he pinchado en algunos links, he seguido buscando. He visitado algunas webs, he descartado algunas, me he quedado con un par.
Un par de llamadas. La voz me tiembla. Pero sé que tengo que dar el paso. No quiero seguir viviendo así. Quiero vivir, quiero disfrutar de la vida. Éste tiene que ser el primer paso, ¿no? El teléfono suena, me contestan, voces amables, que tranquilizan. Bien.
Por alguna razón me decanto por Psico-Impronta. Él, el psicólogo, me ha entrado con buen pie. Tengo cita la próxima semana. Reconozco que me da pánico entrar en su consulta, sentirme observada, juzgada. Contarle mi historia. ¿Me entenderá?
Ha llegado el día. Estoy nerviosa durante toda la mañana, estoy sudada y me siento más fea y gorda que nunca. Pero tengo que hacerlo. Supero la vergüenza y toco a la puerta.
Todo es muy natural. Inspira confianza. No le conozco de nada pero siento que puedo abrirme a él sin problemas, sin que nadie me juzgue, sin que nadie se ría de mí. Cierro los ojos. Me hace hablar y me escucha, él también habla y la conversación fluye. Olvido dónde estoy y con quién estoy. No olvido quién soy, porque no se trata de eso, pero empiezo a verme con otros ojos. O, al menos, quiero hacerlo.
Y me manda deberes, ¡deberes! Esta confesión es una de las tareas. Se supone que tenía que prepararlo para la próxima cita, pero me ha salido mejor así, escribiéndolo.
Sí, claro que me sigo sintiendo horrible. Estoy gorda, eso no lo voy a cambiar en un par de sesiones con el psicólogo. Pero voy a intentar cambiar el concepto que tengo de mí. Creo que he empezado bien, siento que estoy en el buen camino. ¿Lo estaré?”
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